jueves, junio 03, 2010

El dilema argentino: Síndrome de Estocolmo o enfrentar al enemigo de la Nación.

Hace un par de décadas, escribí una serie de artículos en el diario La Prensa, el viejo y digno periódico fundado por José C. Paz.


Estos artículos, discurrían sobre el sonado caso de la niña Juliana Treviño, de diez años de edad por entonces, y su supuesta filiación a una familia de “desaparecidos”.

Lo que trataban no era la legalidad de la medida tomada por el entonces Juez Federal Juan María Ramos Padilla, de quitarla de su hogar adoptivo (de padres adoptivos no pertenecientes a la familia policíaco-militar, es bueno aclarar) y entregarla a una supuesta familia de sangre surgida del entrecruzamiento de datos del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), sino de la crueldad con que se despojaba a una niña de sus afectos.

Las Abuelas de Plaza de Mayo, más que abuelas lobos implacables, respaldaban la medida. No les importó que los padres adoptivos de la niña, Pepe Treviño y Carmen Rivarola, habían -hasta cierto punto- militado en esa agrupación. Ya desde entonces se perfilaba una persecución que iba más allá de la familia militar, la “recuperación” de niños (los terroristas de los setentas deparaban este verbo para las armas ganadas al enemigo) era tanto una herramienta de propaganda como de ostentación de poder.

En esos artículos, puse en duda la certeza del examen. La niña debía ser un varón, conforme los oportunos testigos que declararon ante la CONADEP. Tampoco coincidía la edad.

A algunos les pareció un desquicio.

Un primo de Juliana Treviño se comunicó conmigo. Tenía información que podía interesarme, me reuní con él.

Me entregó los estudios de ADN realizados en el extranjero, en dos instituciones irreprochables, el Life Code Institute de New York y el Instituto de Inmunología Humana de París. Juliana no era familiar de las personas que el BNDG decía. Esa no fue la única conclusión; los exámenes realizados en Argentina por el BNDG eran falsos, falsificados, adulterados, todos los adjetivos posibles para exponer la tergiversación de la verdad. No fueron producto de un error; la incompatibilidad genética era demasiado flagrante.

El primo adoptivo de Juliana, contra los deseos de Pepe y Carmen Treviño, intentó que se publique la verdad. Una inconfesable lealtad les impedía a los Treviño la denuncia a pesar de que ya llevaban un mes separados de su hija.

Por otro lado, ningún periodista quería publicarlo. Las “Abuelas” eran intachables en ese momento y cualquier verdad que las pusiera en entredicho, políticamente incorrecta. El periodismo argentino siempre es políticamente correcto. Sólo un incipiente periodista (otro) accedió a publicarlo pero una cadena de desencuentros le impidió comunicarse con este muchacho antes que yo. El periodista era Daniel Hadad.

Publiqué la noticia. La enormidad de la denuncia se perdió en la página central de las editoriales. Pocos notaron la revelación.

Bernardo Neustadt fue uno de esos pocos. Otro periodista políticamente incorrecto.

El escándalo fue mayúsculo pese al silencio generalizado del periodismo, Neustadt por sí solo era una caja de resonancia.

En su afán por acallar el escándalo, las Abuelas de Plaza de Mayo me iniciaron un juicio por calumnias e injurias.

Yo contaba con algo más de veintidós años y ya me enfrentaba con la maquinaria propagandística más poderosa de nuestro país en décadas.

El denunciante era un apoderado de la Fundación Abuelas de Plaza de Mayo, el Dr.Norberto Liwski acompañado por el patrocinio jurídico de un abogado que llegó muy lejos por realizar este tipo de asistencia a los mal llamados Organismos Defensores de Derechos Humanos, el Dr. Eugenio Zaffaroni.

Pese a que el diario La Prensa (co-demandado) me ofreció los servicios de un letrado, decliné la oferta. No tengo por costumbre prestarme a las parodias de los juicios populares.

Me impusieron el defensor de oficio como es de rigor; yo no era abogada todavía. El defensor me explicó que las “Abuelas” sólo querían que yo me retracte, que si lo hacía públicamente desecharían la denuncia. Era el defensor de oficio contra Eugenio Zaffaroni; interesante propuesta.

En la audiencia de conciliación, que se realiza ante el juez penal al inicio del proceso por calumnias, manifesté que ratificaba todos mis dichos, que no iba a retractarme. Amplié la denuncia contra Abuelas de Plaza de Mayo con nuevas pruebas.

Las “Abuelas” abandonaron la acción, que luego prescribió sin pena ni gloria.

Esta actitud, que tiene más que ver con un defecto de mi carácter que con verdadera valentía, me permitió salir indemne del incidente.

Intento demostrar que estos seres minúsculos que han asaltado la Nación con su violencia, sus rencores mal digeridos, sus lágrimas de cocodrilo, retroceden ante el que los enfrenta.

Pepe y Carmen Treviño eran “del palo”, de ellos mismos, acompañaron a las “Madres” y “Abuelas” en sus rondas, eran dos periodistas de izquierda y sin embargo les secuestraron una hija, sin remilgos, sin piedad, con la excusa de la identidad y la memoria.

El grupo Clarín, desde que se instaló la inquietante historia de que los hijos de Ernestina de Noble pudieran ser de desaparecidos, se ha puesto de rodillas ante las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. El temerario multimedios, que destituye a un Presidente de la Nación con tres tapas, ha venido sobándoles el lomo a las “Abuelas” como tributo a la impunidad. Nunca salieron en defensa de otras tantas víctimas en la misma situación que Felipe y Marcela. No hablaron nunca en favor de Evelyn, de los mellizos Miara, de Paola Siciliano, de tantos jóvenes inocentes a los que les destrozaron la vida. Antes bien, ayudaron a perseguirlos y hostigarlos.

Los resultados están a la vista.

Esta es la disyuntiva frente a la violencia política reaparecida por parte de los grupos que ya fueron vencidos en el pasado: optar por el Síndrome de Estocolmo, esto es, la identificación y justificación defensiva frente a la agresión del nuestros secuestradores o...enfrentarlos con dignidad y que pase lo que tenga que pasar.

Por mi parte, si vienen por mí conforme el vaticinio de Bertolt Brecht, estaré conforme sabiendo que me lo tengo bien merecido